Ella ya no vive aquí

                Yo estuve ahí ese día. El día más trágico para Javier. El días más triste para Gloria. El día en que ella se cansó de él y de una vez por todas se fue. Ella ya no vive aquí. Y la comprendo, pues Javier es un tonto, un egoísta, ajeno a los sentimientos de los demás. Y lo comprendo a él, a su forma de querer, a su forma de ser, a cuando parece que no le importa y hace de todo hasta lo imposible; entiendo cuando prefiere llorar en silencio que a mostrar lagrimas frente a ella, frente a Gloria.

                Entiendo a los dos pues son mis amigos. Pero ¿A quién debo de consolar? ¿Con quién debo de ir? ¿A quién le debo de creer? Sí, estuve ahí,  más no supe que paso, solo la vi marcharse, alejarse, ni siquiera me dijo adiós, ni un saludo, solo la vi llorar, y no hice nada para detenerle. Me quede con Javier. El también lloraba, por primera vez frente a alguien, y yo lloré con él. Pero luego busque a Gloria y lloré con ella, así, sin decir una sola palabra, lloramos, y sin decirme que paso la entendí. Es confuso, entiendo a los dos, siento con los dos, siento por los dos, pero sé que uno está mal. Y no quiero descubrir quién es.

                Las semanas que siguieron a su partida fueron las difíciles, pues al trabajar con Gloria y vivir con Javier es una mezcla explosiva, estaba en medio de los dos, partido a la mitad. No llevaba recados a un lado o a otro, porque ellos no lo pedían, y si lo hubieran hecho, quizás los hubiera llevado. Una prueba más que se había acabado. Algo había muerto aquel día. Trabajar con Gloria era más fácil pues estaba en otro departamento y solo era hasta la hora de comida que nos veíamos, vivir con Javier era lo complejo. Llegando del trabajo ahí lo encontraba, tomando, un día cerveza al otro un brandy, al otro un whisky, al otro una cerveza, al otro… Y yo no sabía qué hacer, si irme a dormir, dejarle solo, o mejor aún, quedarme a tomar con él, a cantar las canciones de José Alfredo Jiménez, a escuchar a Luis Miguel a Christian Castro, no es mi estilo, ni el de él, pero esas canciones eran el soundtrack de esas semanas. Yo no sabía qué hacer.

                El tiempo paso, y el tiempo se encargó de curar heridas, de reparar daños, se encargó de todo. No más Reik, no más Camila, no más boleros. Casi ya no tanto alcohol. No más convivencia incomoda en la oficina. Así como llego la tempestad se fue. Un año paso y los tres éramos felices. Seguí viviendo con Javier, seguí trabajando con Gloria. Seguí queriéndoles a los dos.

                De repente Javier se acuerda, cuando estamos en la peda, y le veo llorar, y le oigo susurrar: “ Ya casi casi no lloro por ti”. Hago que no le escucho. Pues yo sé bien de quien se trata. Porque yo estuve ahí. El día que ella dejo de vivir aquí.

 

El muchacho de los ojos tristes

                De rápido andar, y de igual modo al hablar, Javier era otro joven más, ventitantos años a su espalda (aunque parecía de 17),  marcado acento pueblerino, devorador de libros y amante de la cafeína, tenía un vida, por decirlo de alguna forma, más que aburrida, simple, en soledad, una vida gris, a la cual tan simple y tan sola no le hacía falta nada. O eso pensaba él. Y a decir verdad, Javier sentía que sí le faltaba algo, y lo sabía muy bien, pues desde hacía tres años ya que no podía salir de ese encantador misterio, de esa trampa más que mortal, de esa red a la que los demás llaman amor, o como a él le gustaba decirle, des-amor.

Y estaba en lo correcto. Pues amor es de dos, y en esta historia solo era uno, eso no podía ser amor, mas el sentía lo mismo que una persona enamorada, y lo que es peor, sentía las mismas cosas que sienten dos personas al quererse, así que por esta razón se sentía completo, aunque la soledad fuera su única y verdadera compañía. Pero no crea usted que todo el tiempo fue así, no, ya antes he dicho que justo hace tres años se enamoró y se enamoraron de él. Eso era lo que en ese momento creyó, ya después supo la verdad, pero eso querido amigo ya ha sido contado otras tantas veces, y créame cuando le digo que para Javier volver a revivir estos momentos no le es muy grato, así que por favor no le haga un mal a nuestro muchacho y no le haga recordar el pasado, que una vez que vuelve atrás, es muy difícil sacarle de ahí, y usted no quiere ir conmigo a por él, de eso estoy seguro.

Ahora bien, tenemos al Javier actual, más maduro, más social y al mismo tiempo más alejado al amor y más unido al desamor. Pero no se sienta mal, para Javier esto es normal, esto está bien. No vaya usted a creer que no intenta con todas su fuerzas buscar ( y enamorarse) de alguien, créame, lo intenta, he sido participe de esto, innumerables son las veces que lo he visto intentar, y justo cuando está a punto de lograr algo, entra la duda, y con la duda el miedo, y con el miedo, lo peor, llegan los recuerdos, y pero aún, llega el pasado. El pasado que no fue y que no será ya, pero Javier no comprende esto y prefiere revivir una y otra vez este momento.

 No, no está loco, es más bien un sentimental, que justo en el momento preciso piensa que algo que no paso hace tiempo va a pasar ahora y se pregunta ¿pasará? Y de inmediato se contesta: “Claro que no pasará, no hay mucho diferencia entre el Javier de hace tres años y el Javier actual, no seas tonto”. Y se pregunta: “Entonces, ¿Cómo puedo hacer para que pase? ¿Le llamo? ¿Le mando una carta? ¿Le mando un regalo? ¿Le llevo serenata? Y rápido se contesta: “Tonto, si nunca supiste si quiera donde vivía”. Y se dice: “Qué vaya al carajo”, pero se contesta: “Tonto, si bien sabes que la quieres”. Bueno, digamos que sí está un poco loco, pero no tanto como ustedes creen.

Por eso cuando me invita un trago, cuando quiere hablar ya sé de qué será, y como se me la historia, pero no le quiero hacer un desaire, solo escucho, y escucho y escucho y asiento y le doy la razón. “ Verdad que si me quería wey” “Sí Javier, un chingo”. Y él se pone feliz. Y cuando yo ya no quiero saber más de ella, pues siento que ya sé lo mismo que él, me gusta terminar su conversación con esto:

–          Hey, ¿sabes cómo te dicen ahora?

–          ¿Cómo?

–          El muchacho de los ojos tristes

 

Después de eso se queda pensando, y en su mente se vuelve a hacer las mismas preguntas de siempre. Y ya no dice nada más.

A los 17

Es 2007, tengo 17 años. Estoy en mi cuarto escuchando canciones melancólicas, tristes y frías sobre el amor, pues así me quiero sentir, y en parte, tengo que admitirlo, escucho estas canciones porque te extraño. Es lo que me gusta de estas canciones, la extrañeza, el adiós,  justo ahora suena una interesante, una que capta todo lo que tengo que decir, no sé cómo se llama pero no importa, mañana te la dedico. Y lo que es más importante aún, mañana te digo adiós.

                Voy a ser sincero. Yo no quería andar contigo, de hecho sigo sin quererlo. Pero te dije que anduvieras conmigo, te dije que fueras mi novia, te cante esa canción en frente de todas, te dije que eras la más linda del salón, te dije que eras la chica que había soñado, te dije eso y mil cosas más por una simple razón, a mí me dijeron que eras bien fácil. Así. Con todas sus letras, fácil. Duele decirte la verdad, pero lo tengo que hacer antes de que sea tarde de verdad, antes de que te empiece a querer de verdad. ¿Será acaso que ya lo hago? ¿Será acaso que ya te quiero tanto que se me hace mejor decirte esto y dejarte que seguir engañándote? Puede ser.

Me he dado cuenta de cosas. Es cierto que eres  especial. Eres única. Inteligente, demasiado diría yo, compartimos cientos de cosas, tantas y tantas que derrumbas mi pensamiento de que  nunca encontraría a alguien con estas cualidades.  Aun así, esto de compartir cosas no indica nada y tú lo sabes. La música, el cine, la televisión, los libros no indican nada, afinidad, sí, amor, nunca. Y veo además que lo que te dije aquel día al salir de la prepa era verdad, sí eres muy linda, atenta, apasionada, entregada al amor, valiente, sin miedos ni prejuicios, y si eso te hace ser una fácil, déjame decirte entonces que eres la más fácil de toda la prepa, no, de toda la colonia, no, de todo la ciudad. Sí, eso es un cumplido, o no sé. Recuerda, solo tengo 17 años,  aunque tú también. No importa. Lo entenderás luego. No mañana cuando te deje. No pasado cuando me veas a lo lejos y sigamos compartiendo las mismas clases. Lo entenderás luego.

                Y perdóname si te digo así. No quiero herirte pero es mejor decir esto, es como dice esta canción que me ha gustado: “Lejos estamos mejor”. No, no eres una fácil en el concepto de otros, eres mi “fácil”, en mi concepto.  Sigo escuchando música, quizás salga una mejor, quizás salga una que diga otra cosa y me haga cambiar de opinión. Ya veremos. Solo sé que es 2007, tengo 17 y estoy escuchando canciones que te voy a dedicar.   Te quiero.